viernes, 18 de abril de 2008

Mi cigüeña estaba borracha

Dicen que los niños vienen de Paris y que los trae una cigüeña en el pico si le escribes una carta. Mis padres le escribieron una noche cuando estaban borrachos, o eso dice mi madre, y la cigüeña que me trajo también debía haber estado de fiesta esa noche porque se adelantó de fecha y de lugar, así que nací en los lavabos de una estación de trenes y siete meses después de que mis padres me encargasen, con una vuelta de cordón alrededor del cuello y la cara morada, o eso dice mi padre, quien esperaba a mi madre en la puerta del servicio. El guarda jurado de la estación llamó enseguida a una ambulancia y tardó algo mas de media hora, mientras tanto mi madre seguía tirada en el suelo conmigo entre su abrigo y su jersey, yo tiritaba, y esto no me lo ha dicho nadie, pero lo recuerdo y recuerdo el olor del aliento de mi madre, olía a resaca de domingo por la mañana y a pena. Sé que la cigüeña se equivocó al entregarme, no un par de meses, sino un par de vidas, aunque nunca me lo han dicho mi padre se lo gritaba a mi madre muchas noches, sobre todo cuando me ponía enferma. Les dijeron en el hospital que no estaba bien, que lo más probable es que no viviese más de dos semanas pues mi corazón latía demasiado despacio y los pulmones estaban frágiles, nadie lloraba, ni mi padre, ni mi madre, solo yo lo hacía, la idea de morir después de haber dejado Paris para llegar a aquel áspero lugar con la amenaza de una muerta prematura era demasiado para mí. Lloraba, lo hacía con todas mis fuerzas, así sentía cómo el aire me impregnaba los pulmones y podía mover los brazos a pesar de las agujas que me dañaban. Todo en ese nuevo mundo era luz y blancura, blancura y frío, frío y soledad, soledad y muerte ¿estaría ya muerta? Pero no lo estaba, no todavía. La muerte debía ser algo similar a los servicios de la estación de tren o al aliento de mi madre o a los gritos que me daba mi padre cuando lloraba por las noches, porque no me morí, y conocí el infierno sin necesidad de dejar mi ciudad, a solo cuatro manzanas del hospital, en un barrio que olía a vomito y a chasca.
Cuando cumplí los seis años escribí una carta a la cigüeña, pero yo no estaba borracha y solo esperaba que cuando la recibiese ella tampoco lo estuviese, por eso la escribí un martes, porque los martes en mi casa nadie estaba borracho. No sabía cuanto tiempo tardaban en llegar las cartas a París y en correos me preguntaron para qué quería enviar una carta tan lejos, cuando les dije que era para la cigüeña se rieron, pero yo se que no era una burla, se reían porque a lo mejor pensaban que les pedía un niño, no les expliqué para qué era, me gusta tener mis secretos. Se quedaron la carta allí y me prometieron que la enviarían por mí. En ella le pedía a la cigüeña que volviese a por mí, yo sabía que mis padres me echarían de menos, sobre todo los martes y los miércoles, pero no quería seguir allí, por la noche me dolían los oídos, sobre todo los viernes que es cuando llegaba a casa con unas botellas de alcohol, y no el mismo que usaban los lunes para curarme las heridas que me hacían cuando perdían el equilibro cerca de mi y me daban una bofetada o un arañazo, sino el mismo alcohol con el que se escriben las cartas para pedir niños, el alcohol que sirve de combustible a las cigüeñas de Paris. También le dije en la carta que comprendía que no pudiese venir a por mi, porque ya era muy grande y aunque estaba delgadita no podría sostenerme en el pico o al menos sin que se diese cuenta todo el barrio de que me iba de nuevo a Paris y encima sin despedirme, pero le dije, que en todo caso, me podía enviar un elefante o un camello, si no sabía de donde sacar uno se lo podía pedir a los reyes magos , que como ya hacía mas de tres años que no me traían nada no les importaría llevarme de vuelta y así hacerle un favor al pájaro.
Estuve tres días esperando en la ventana mirando al cielo, pero no vino nadie a por mí. Una noche mientras estaba en la cama se escuchó a alguien tocar a la puerta, mis padres vociferaban y alguien entró en mi dormitorio, un hombre grande y una mujer menuda con cara de buena encendieron la luz de mi habitación. El hombre me destapó y me tomó en brazos, tenía una enorme barba blanca. Le pregunté si conocía a la cigüeña y me dijo que sí, que ella le había entregado la carta y venía a por mí, entonces lo miré fijamente, respiré su aliento, olía a frutos secos y a beso de buenas noches y sonreí, papa Noel había venido a por mí para llevarme a Paris, mi cigüeña era la mejor de todas.

domingo, 6 de abril de 2008

Ni tan pequeña ni tan fragil


He salido a la calle a descubrir
el sonido que producen mis tacones
al chocar contra la acera
y me ha recorrido un repelo
al darme cuenta de que
no soy tan insignificante como pensaba
ni como mi amor de los dieciocho me hacía creer,
ni tan pequeña ni tan frágil
(aunque rota)
de que mi peso es capaz
de dejar una huella decente en la arena
y aunque detrás de mí vengan olas a borrarlas
durante un tiempo existieron.

He alzado la cabeza sin miedo
y he preparado la maleta,
poca ropa y muchas ganas de comerme la ciudad,
de caer en los bares
donde no las promesas se juegan a las cartas
y dormir en una cama
donde los polvos no se esnifan
ni te los vende un camello,
donde la única salvación
se halla tras las trincheras de la piel
y dudo encontrar el camino detrás de otros pasos
me sobro y basto con el mío
(que ahora anda en obras).

Rechazos y desplantes no tienen cabida en este viaje,
solo dos billetes de tren,
ellos se quedan en tierra
lejos de mis sentimientos heridos.

Me llevo las botas
no creo que a nadie le importe que conozcan la capital
que vuelvan a casa con restos de tierra
de caminos escabrosos.

Conversación con la etera materia

Esta noche promete ser igual de aburrida que la anterior, que las doscientas cuarenta y siente noches pasadas, hasta la luna se aburrió y decidió vestirse de “nueva” para pasar desapercibida. Me preparo un vaso de leche fría con cacao y dos cucharadas de azúcar, me lo voy tomando a pequeños sorbos mientras deambulo por el pasillo alargando los pasos que me llevan al dormitorio. Suena el teléfono y el inalámbrico lo tengo descargado, suelto el vaso en el suelo con cuidado y salgo corriendo descalza a contestar, “¿qué persona tarada llama a la una de la madrugada? Una madre o un pervertido”.
-¿Si?
-Hola. Perdona que llame a estas horas, sabes que nunca fui oportuno en lo que a llamarte se refiere.
-¿Diego? ¿Eres tú?
-Solo quería saber si todavía eres mi Mafalda.
-Mira Diego…no son horas, de verdad, ahora no tengo ganas de…
-No, no, solo quería saberlo Eva, necesito saberlo.
-Ha pasado mucho tiempo y he crecido. ¿Sabes que pasa cuando uno crece? Se terminan los sueños, se mueren las ilusiones y se deja de creer en imposibles y tú eres el mayor de los imposibles.
-¿Has dejado de creer en mí?
-No Diego, he dejado de creer en mí. Ya no queda nada de la niña que conocías, de la reina de las esperanzas, la misma que escondía casualidades en las esquinas y callejones para después tropezar con ellas. Ya no escribo, me peleé con las palabras, siquiera hago autodefinidos. Y realmente tampoco creo en ti ni en eso que decías de que el mundo era un pañuelo, si así lo fuese estoy convencida de que Dios se ha sonado la nariz en él.
-Pero fíjate, te encontré de nuevo, después de salir de estampida de mi casa sin decir ni adiós, sin dejarme una dirección, después de tanto tiempo estamos hablando, encontré tu número.
-Aparezco en la guía, no te creo tan inútil, no me vengas ahora con ese rollo del destino porque no me lo trago.
-¿Me quieres decir qué te pasa? Estás rarísima, me gustaba mucho más la Eva de antes.
- Lo que me pasa es que no debería estar hablando contigo, que cada vez que apareces son seis meses de terapia y medicación y la última vez estuve ingresada unas cuantas semanas en un hospital con paredes acolchadas y enfermeras que sonreían cada vez que me veían llorar y me tendían una pastilla ínfima de color rojo con la promesa de que me haría sentir mejor, par después terminar durmiéndome en un puto rincón, sola y encogida . Que por tu culpa me han prohibido que vuelva a escribir, me han quitado lo único que me permitía encontrarme conmigo misma.
-Pero nena, si estoy aquí es porque me necesitas, tú me has llamado sin darte cuenta y yo acudí a tu encuentro.
-No digas tonterías Diego, tú no eres nadie, ¿me oyes? Na - die Y voy a colgar
-No puedes vivir sin mí, reconócelo.
-Voy a colgar Diego y no me volverás a llamar nunca más, ni aparecerás por aquí, ni nada de nada. Adiós

Con las manos temblorosas cuelgo el teléfono y me dirijo de nuevo a mi cuarto, ya no me apetece tomar la leche así que se la pongo a Gedeón en su cacharro de comida, gesto que agradece pasándome su enorme lomo por la pierna. Me paso la mano por la frente y me doy cuenta que tengo sudores fríos. Entro al cuarto de baño y me tomo una de las pastillas auxiliadoras, imanes del sueño para los momentos extremos. Me meto en la cama y cuando dirijo la mirada a mi izquierda algo me paraliza
- Sabes que no puedes vivir sin mí.
-Vete a la mierda Diego, ya no haces nada aquí, nunca volveré a escribirte, los fantasmas no merecen poemas. Vete…¡VETEEEEE!

Esta vez no le diré a nadie que volví a ver a Diego, no… porque sé que ya no volverá, nunca debí haberme enamorado de un personaje que yo misma creé. No más poemas Eva…no más poemas.

jueves, 3 de abril de 2008


Descalza,
caminando de puntillas
con el índice en la boca
para no despertar a las horas
que se durmieron hace a penas un minuto,
temiendo la avalancha que se avecina,
más peso sobre los párpados
no creo que se pueda soportar,
ni en los hombros,
ni hay más hueco en el pecho
siquiera par un último rechazo
para un reproche que esta vez merezco.

Descalza,
caminando sobre el cristal de los amaneceres rotos
de los sueños quebrados ,
arrastrando los pies
mientras juego con la lluvia
intentando borrar las marcas perpetuas de tus pasos,
ordenando ideas
convenciéndome de que te has ido,
haciendo maletas a los versos que te escribí,
a los que me guardé para susurrarte al oído
“si algún día los espacios
deciden restarse bajo nuestros pies
y las palabras pasan a ser más que letras,
y los suspiros
algo más que un simple acto reflejo,
por si algún día vienes
para sonreír en mis sonrisas
para mirarte en mis ojos”
.

La resignación no es una virtud,
y ando libre de ese defecto
pero sé que en este momento
sería buena medicina,
neutralizaría el dolor,
tuyo y mío
y después me marcharía lejos de ti
con un simple alzamiento de hombros
sin volver la cabeza atrás
diciéndome a mi misma que nada se podía hacer,
que el coma profundo se hizo irreversible
y era mejor esperar la muerte,
( pero nada de esto me es posible).

Un sobre en blanco,
el eco de mis pasos avanzando solos,
estados de controversia
y yo…
perdida en el vértice circular.

Poema perdido

Acabo de perder un poema que hablaba de ti
no creo en las señales
y se ha anulado la fe en la casualidad que me rodea,
quizá el espejo aquel que rompí el sábado pasado
tenga algo que ver en todo esto,
pero ahora no es momento
de hacer una hoguera con él
y espantar así los malos presagios.

En él decía que era demasiado tarde para pretender olvidar,
y pronto para asimilar la palabra nunca
( creo que es la única palabra
que explica por si sola
lo que abarca una eternidad)
todo lo que eres me ha calado
y minado como una metástasis
hasta llegar al amor,
que no importa que las palabras pesen lo mismo que un beso
pues los que me has dado siempre fueron escritos
y los sentía caer sobre mí
como si fuesen de carne y labios.

Había un par de versos que hablaba de mis pupilas
y de los versos tristes que se van almacenando ahí
cerquita de tu recuerdo para hacerle compañía,
también de una gran bola de fuego
que amenaza con incrustárseme en la espalda
y quemarme poco a poco mientras ando por las calles,
mi propio infierno urbano.

Hablaba de las pesadillas materializadas
del miedo a perderte
tan palpable ahora que no estás,
de las culpas que van y vienen,
pero una de ellas ha decidido
echar raíces en mi pulmón izquierdo
y rasca y pincha al corazón
mientras él se estremece.

Habían muchos más versos,
pero hablaban de amor
y ya no creo que los quieras…