Abrió los ojos, tenía la mano izquierda helada, quizá porque se le había quedado fuera de la manta, el piso de Abril era mucho más frío que el suyo. Giró la cabeza hacia su izquierda y sintió que siempre había dormido con ella. Le vinieron unas ganas tremendas de abrazarla, pero no quiso abusar de la confianza que ella le había brindado, demasiado que le ofreció quedarse a dormir en su casa, en su propia cama, como para estropearlo todo con un gesto que ella podía confundir. Después de que Abril hubiese contado su historia se acercó a un baúl gigante que tenía apoyado en una pared junto a la puerta del baño, lo abrió y sacó de allí una botella de vodka azul, “mi preferido” dijo ella, y decidieron brindar por lo caprichosa que era la vida. En realidad ese fue el primero de los brindis, según iban bebiendo la imaginación se les despertaba y cada vez tenían más y más cosas por las que brindar, hasta que de la botella se deslizó la última gota. Javier miró el reloj, la una de la madrugada. Se levantó con la intención de irse para casa, pero una fuerza centrífuga se había estancado en su cabeza y todo a su alrededor daba vueltas a velocidad terminal, cayó de culo contra el sofá.
-Anda, ayúdame a levantarme y llévame hasta el ascensor. Creo que una vez en la calle el fresco me despejará y podré llegar a mi casa, total, estoy a menos de cien metros, no debe ser tan difícil.- dijo acompañado de una risilla tonta.
-No, quédate a dormir conmigo.
-¿Qué?- preguntó incrédulo, el alcohol suele distorsionar la visión, pero no sabía nada de que afectase también al oído.
-Quédate, quizá esta noche haya tormenta otra vez y tengo miedo de estar sola.
Javier inclinó la cabeza hacia la ventana:
-Pero si la luna brilla rabiosa, no hay un una nube siquiera.
Pero Abril ya no estaba en el salón y la luz del dormitorio estaba encendida. Ahora solo le quedaba levantarse con cuidado y mantenerse lo más vertical posible hasta llegar al cuarto. Copérnico se había despertado, dormía desde hacía horas sobre la alfombra, se desperezó y comenzó a caminar delante de Javier como indicándole el camino a la habitación de Abril.
El color del dormitorio no era menos estridente que el del salón, quizá algo más amarillo. Tenía sobre la cama una colcha violeta con bordados en hilo dorado, le gustó. Le estaba esperando de pie a los pies de la cama.
-Yo duermo a ese lado, ¿vale?- mientras señalaba al lado derecho de la cama con el índice muy recto- Para ti el otro lado, pero prohibido roncar.- y con ese mismo dedo rígido advirtió a Javier.
A él no le preocupaban los ronquidos, le preocupaba más vomitar en la colcha a media noche, no se llevaba muy bien con el alcohol y al parecer el vodka tampoco se llevaba bien con él.
No sabía con exactitud qué hora sería pero el sol todavía no lucía con demasiada fuerza, quizá las siete o las ocho como muy tarde, se volvió y buscó su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón que había dejado en el suelo la noche anterior. Las siete cuarenta y dos, todavía podía quedarse un rato mas en la cama, en la oficina le esperaban a las nueve. Siguió mirando a Abril que todavía dormía en paz o eso parecía, ¿y si no dormía? ¿y si solo estaba haciéndose la dormida y le observaba con los parpados entornados? Lo mismo estaba viendo como la miraba con cara de pasmado o lo que es peor, de enamorado.
A Miguel ( el chico gris), con cariño, para que no se acostumbre a las tristezas