jueves, 18 de octubre de 2007

Otra vida mas

Algo golpeaba en la ventana, ni el intento de ocultar su cabeza bajo la almohada valió la pena, seguía escuchando los azotes del viento. Esta vez no pensaba dejar que entrase en su habitación, no era el momento, se había hecho tarde, ya no era hora de detenerse a analizar los errores, simplemente momento de asumir, cosa a la que ella estaba muy acostumbrada.
¿Qué importaba ahora lo que trajese el viento, aroma, caricia, beso o poema? ¿Qué le iba a contar que no supiera ya? Quizá esta vez traía algún reproche, o tal vez una frase de perdón con el sabor salado de una lágrima, pero ya nada importaba, ahora sería diferente.
La ventana se abrió de pronto y a penas le dio tiempo a sujetarse a las mantas, el viento la alzó en vilo y zarandeándola de los pelos la lanzó por la ventana. Esta vez no quería ser nube, se había jurado permanecer con los pies en el suelo, nunca más sería lluvia, nunca niebla ni rocío. Ya no, esta vez no. Si el viento la sacó de la cama, él debería sostenerla. ¿Qué fue de aquel espíritu luchador? ¿De esas ansias de libertad, de volar? Ya no tenía alas, se las había entregado al caballero de las cuatro vidas, pensó que las cuidaría, pero se las encontró rotas en un rincón, eran demasiado aburridas… no supo comprender el significado de aquellas alas, el dolor que producía no tenerlas, el vacío de perderlas que solo él sabia llenar. A veces las alas vuelven a crecer, pero ya no las quería, nadie debía volver a saber de ella, forjó una malla metálica en sus espaldas, mucho más dura de la que tenía antes con la que durante años ocultó sus alas, esta vez no quería que volvieran a crecerle, fue duro perderlas, pero ahora que no las tenía había vuelto a sentirse bien. Añoraba al hombre de las cuatro vidas, ¿por qué no decirlo? Lo añoraba como se añoran las ciudades en las que uno nace y crece, como se añoran los parques en los que se jugó de pequeño, incluso como se llegan a añorar los paisajes que marcan, los paseos por la playa, los momentos de soledad en los que te encuentras contigo mismo…con desidia.
El viento se dio por vencido y la dejó tumbada en la acera, en una sombría callejuela apoyada en una húmeda pared. La farola que había sobre ella permanecía apagada, estaba de luto, rezando una misa de Réquiem por el amor muerto, por el amante perdido.”Gracias por el homenaje”le susurró ella. Qué absurdo, hablar a las farolas… que absurdo… como absurdo es soñar, “pues entonces no sueñes”, con la soga la cuello esas fueron las palabras del verdugo que la lanzaron al vacío, las que hicieron que la cuerda de su cuello se apretase hasta cortar su respiración. Hubiese sido tan fácil saltar, con alas, sin soga. Ella lo habría hecho, estaba dispuesta y todavía lo pensaba mientras estaba tendida en esa calle, con el pantalón del pijama remangado y las cucarachas corriéndole por los pies. Un gato la observaba curioso desde lo alto de un muro, Níquel, un gato con siete vidas y el corazón frío como el acero. Lo conocía, se conocían, pero no habían tenido oportunidad de verse las caras, de mirarse a los ojos, tenía una mirada casi tan inmensa como la de su dueño. Había leído sobre él, sabía que le gustaba jugar con las botellas vacías que el hombre de las cuatro vidas dejaba por el suelo. Ella le lanzó una esperando su reacción que no se hizo de rogar, bajó de un salto de aquel muro y se acercó hasta la botella que todavía giraba en el suelo. Con timidez alargó la patita y tocó la boca de la botella un par de veces, para asegurarse de que no había trampa. Giró la cabeza y dirigido una mirada hacia las cucarachas que seguían caminando por sus piernas, se acercó a ella y se las quitó de encima con un par de fuertes bufidos. Ella sonrió y lo acarició con gratitud, se dio cuenta de que llevaba un cascabel, ¡le pareció horrible! Poner cascabel a un gato, ¿para qué? ¿Para escucharle llegar, para saber cuando sale, donde está? Era humillante. Se lo quitó, se negaba a dejar a Níquel con aquello atado al cuello, con esa soga de horca, esa marca de esclavitud. El gato comenzó a ronronear y a rozar sus pies con la cabeza, emitió un maullido agudo y breve, casi como una advertencia,”qué nos importa Níquel, yo perdí mis alas, pero viví muchas cosas, le conocí a él, ahora te tengo a ti… ven, vamos a casa quiero que conozcas a Dido, te caerá bien..”

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