jueves, 23 de abril de 2009

El chico que desde la ventana veía llorar a la chica gris ( X )

Abrió los ojos, tenía la mano izquierda helada, quizá porque se le había quedado fuera de la manta, el piso de Abril era mucho más frío que el suyo. Giró la cabeza hacia su izquierda y sintió que siempre había dormido con ella. Le vinieron unas ganas tremendas de abrazarla, pero no quiso abusar de la confianza que ella le había brindado, demasiado que le ofreció quedarse a dormir en su casa, en su propia cama, como para estropearlo todo con un gesto que ella podía confundir. Después de que Abril hubiese contado su historia se acercó a un baúl gigante que tenía apoyado en una pared junto a la puerta del baño, lo abrió y sacó de allí una botella de vodka azul, “mi preferido” dijo ella, y decidieron brindar por lo caprichosa que era la vida. En realidad ese fue el primero de los brindis, según iban bebiendo la imaginación se les despertaba y cada vez tenían más y más cosas por las que brindar, hasta que de la botella se deslizó la última gota. Javier miró el reloj, la una de la madrugada. Se levantó con la intención de irse para casa, pero una fuerza centrífuga se había estancado en su cabeza y todo a su alrededor daba vueltas a velocidad terminal, cayó de culo contra el sofá.
-Anda, ayúdame a levantarme y llévame hasta el ascensor. Creo que una vez en la calle el fresco me despejará y podré llegar a mi casa, total, estoy a menos de cien metros, no debe ser tan difícil.- dijo acompañado de una risilla tonta.
-No, quédate a dormir conmigo.
-¿Qué?- preguntó incrédulo, el alcohol suele distorsionar la visión, pero no sabía nada de que afectase también al oído.
-Quédate, quizá esta noche haya tormenta otra vez y tengo miedo de estar sola.
Javier inclinó la cabeza hacia la ventana:
-Pero si la luna brilla rabiosa, no hay un una nube siquiera.
Pero Abril ya no estaba en el salón y la luz del dormitorio estaba encendida. Ahora solo le quedaba levantarse con cuidado y mantenerse lo más vertical posible hasta llegar al cuarto. Copérnico se había despertado, dormía desde hacía horas sobre la alfombra, se desperezó y comenzó a caminar delante de Javier como indicándole el camino a la habitación de Abril.
El color del dormitorio no era menos estridente que el del salón, quizá algo más amarillo. Tenía sobre la cama una colcha violeta con bordados en hilo dorado, le gustó. Le estaba esperando de pie a los pies de la cama.
-Yo duermo a ese lado, ¿vale?- mientras señalaba al lado derecho de la cama con el índice muy recto- Para ti el otro lado, pero prohibido roncar.- y con ese mismo dedo rígido advirtió a Javier.
A él no le preocupaban los ronquidos, le preocupaba más vomitar en la colcha a media noche, no se llevaba muy bien con el alcohol y al parecer el vodka tampoco se llevaba bien con él.
No sabía con exactitud qué hora sería pero el sol todavía no lucía con demasiada fuerza, quizá las siete o las ocho como muy tarde, se volvió y buscó su teléfono móvil en el bolsillo del pantalón que había dejado en el suelo la noche anterior. Las siete cuarenta y dos, todavía podía quedarse un rato mas en la cama, en la oficina le esperaban a las nueve. Siguió mirando a Abril que todavía dormía en paz o eso parecía, ¿y si no dormía? ¿y si solo estaba haciéndose la dormida y le observaba con los parpados entornados? Lo mismo estaba viendo como la miraba con cara de pasmado o lo que es peor, de enamorado.

A Miguel ( el chico gris), con cariño, para que no se acostumbre a las tristezas

martes, 21 de abril de 2009

GEN-ética

- Buenos días
- Buenos días Lucía. Pero ¿de qué vas disfrazada?
- De putita, que no es lo mismo que ir de puta.
- Pues suena igual de feo. A demás no te veo mal vestida, es solo que te noto diferente y me ha chocado verte así, pero para nada es indecente ese atuendo, fíjate que vas muy mona, te favorecen los pantalones pitillo y las botas de tacón alto, será que como tienes las piernas cortitas te estilizan mucho. ¿y cómo es que te ha dado por vestir hoy así? Deberías hacerlo más a menudo.
- Es solo que hoy me desperté antes que el GEN, mientras me vestía él seguía dormido en algún lugar de mi mente, así que me encargué yo solita de esa tarea. Pensé que por un día iba a llenarme de nada, me iba a limitar a recoger de los transeúntes miradas lascivas y proposiciones indecentes, que por una vez iba a sentirme satisfecha con eso, con detenerme delante de un escaparate y soñar con ese vestido que cuesta el sueldo de un mes, con un armario lleno de zapatos de tacones vertiginosos, con encontrar un marido que ganase mucha pasta, y tuviese un deportivo de ensueño con el que me llevase a Baqueira todos las navidades a esquiar. Quería vestirme de putita y hacerme la ilusión de que las cosas que valen la pena se consiguen con dinero o con un buen meneo de tetas o de culo. Quería saber si podría engañar al GEN, si cuando despertase vería tan grande cambio que emigraría a otro cuerpo dejándome a mí vacía, tanto, que podría llenarme de cualquier cosa inútil, la que fuera, con tal de sonreír once veces seguidas.
- ¿y..?
- Nada, que cuando llegue a medio día vuelvo a ponerme la falda estampada, el pañuelo azul en la cabeza, el collar de bolitas de colores y las babuchas.
- Pues yo así te veo muy mona tía, mucho más que con esos pingajos que te colocas a veces, perdona que te lo diga. Por cierto, ¿te he dicho que he quedado para tomar café con un alto ejecutivo que trabaja en la oficina de la planta siete? Un partidazo nena, tiene un deportivo…

miércoles, 15 de abril de 2009

Ya lo dijo Batania


Se ensucian los días de memorias
no basta un plumero para limpiarlos,
ni soplar todo lo fuerte que se sabe,
siquiera cerrar los ojos
contar hasta tres y volverlos a abrir,
como si en un acto de magia
todo fuese a desaparecer de repente.

Se manchan las tardes de recuerdos
y no hay espacio suficiente para ellos
se amontonan a la salida de los párpados
y sostienen al sueño
para que no vaya más allá de las pestañas,
para que las ilusiones no arañen las niñas de mis ojos,
ni de los tuyos,
quién sabe.

El reloj resta minutos
en una cuenta a favor propio,
ayer se lo leí a Batania,
tu reloj de pulsera
barniza el nogalde
tu propio ataúd
y ya no sé si quise morirme
o vivir con rabia para joder al tiempo,
tal vez por eso no lleve relojes,
tal vez por eso nunca mire atrás,
para no ver cómo se pierden las cosas.

Revolución

Dice que me quiere cinco
y yo me enfado
porque no me gusta la rima con ese número,
porque sale ganando hasta cuando dice que me quiere,
y a mí que me gustaría que me dijese algo así como
“ Te quiero ocho” o
“Te quiero de aquí a Logroño”
por lo menos con esa rima me llevo un orgasmo seguro.
Pero las cosas cambian
y al final las mujeres tenemos que comprar consoladores de goma,
de esos que no se cansan nunca
(y si se paran les cambias las pilas),
con colores pastel y olores de fresa,
de esos que no preguntan indiscreciones.

Lo llaman revolución
cuando es mera adaptación,
alivio del estrés, del escuatro, del es...cinco
¿Cinco?
Vaya…
al final siempre, siempre, siempre
salen ganando ellos.

Jet lag


Y de pronto me siento como un gato sin pelo ni uñas, desprotegida, desnuda, sola.
Es lo que tienen los aeropuertos, que la gente va o viene, pero nadie se queda, siquiera los guardas de seguridad se quedan.
Soy un gato, sí, pero de esos que odian dormir en un sillón, de los que se enamoran de los perros y envidian a los pájaros. Soy un gato con miedo a las alturas y aquí estoy, esperando un avión que me lleve de vuelta a mi mundo, aunque mi mundo se componga de pedacitos de otros mundos ajenos y se tambalee cada vez que alguien se aleja de mí, aunque lo niegue, aunque me cuente cuentos a mí misma diciéndome que nadie ni nada me importa más de lo que me importan las cosas que no me importan demasiado.
Ahora estoy abisagrada a esta mesa con mi medio sándwich que sabe a queso rancio, una botella de agua a medio beber, el bolígrafo danzando entre los dedos y dudas, y con la certeza de que mi única salvación se encuentra aquí, sentada en esta silla.
Soy tan pequeña (o el mundo muy grande). Por más que lo intente no consigo sonreír diez veces seguidas sin sentir después ganas de llorar. Me extingo un poco en cada lágrima y sin embargo siento alivio con cada gota.
Quiero saber querer sin dejar de quererme y dejar de querer cuando no me quieren, tal vez si lo logro encuentre la clave de este cubo de Rubik que me posee, tal vez entonces pueda dejar de soñar sentada en sillas de aeropuerto con un cuaderno delante lleno de palabras incoherentes.
Pero todavía no ha llovido lo suficiente, no puedo pensar en azul, ni sentir en azul, todo es de un gris que abruma y entre tanta niebla me pierdo a mí misma, no me oriento porque no grito, ni grito por no asustarme o estorbar este letargo, pero indudablemente tengo miedo, un miedo atroz de volver a los poemas que hablan por mí, porque no soy solo la mano que dicta la letra, soy verso, la metáfora que nadie logra comprender, y me releo intentando encontrarme de nuevo, pero me pierdo cada vez que me escribo y al buscarme busco a otros olvidándome de mí, sin darme cuenta que ese “tú” que busco en realidad es el “yo” que no encuentro.

Barajas 14-4-09

martes, 7 de abril de 2009

Ser o no ser


Se puede nacer hombre y tener suerte
pero la suerte se lleva entre las piernas
no es como colgar el calcetín en la chimenea
y esperar que Papa Noel venga y te lo llene,
se nace con ella,
como con las tristezas, dicen.

Hay un escaparate inmenso para ellas
donde ellos se asoman
y no ven más que nubes de algodón con olor a nubes,
chicas vestidas de blanco que saltan y bailan,
las veo
y no puedo más que desear tener la regla todas las semanas.

Un mago sin chistera
me dijo que ansiaba ser mujer,
pienso que si fuese mujer ya no sería mago,
sí, tendría la suerte que se lleva entre las piernas
y posiblemente algún día sería un huevo Kinder,
pero los magos dan equilibrio al caos
y consiguen que las chicas de los anuncios
vuelvan a reír después de llorar.

Para Billy MacGregor...

viernes, 3 de abril de 2009

De vuelta


Vuelvo a no dormir,
a las noches insomnes,
a hacer montones con cosas
con pares y cabos sueltos
que nunca consigo enlazar.

Vuelvo a revolverme en la cama
a despertarme con las manos sobre mi pecho
y los pies helados,
a pensar más de la cuenta
y olvidar como se olvida,
a beber más de lo que como
a llorar menos de lo que siento,
a no llamar pidiendo auxilio
a mirar en el espejo a esa extraña que se disfraza de mí.

Vuelvo a las andadas,
siempre descalza,
a olvidarme la ropa interior al salir a la calle
y recordarla justo antes de la ducha,
a odiar al mundo y su condicionalidad.

Vuelvo,
siempre vuelvo
al menos es mejor que perderse para siempre.

miércoles, 1 de abril de 2009

Filoanálisis


Le quiero porque dice que no es poeta,
que es un perfecto imperfecto
y que sus virtudes solo lo son cuando yo le miro,
porque no consigo recordar desde cuándo intento olvidarle.

Le odio porque le necesito
más de lo que la necesidad requiere,
porque no me importaría que me mintiese
y me dijese que en mí abarcan todos los nombres de mujer
y que todas las medias rotas fueron mías,
que de todas las bocas pervertidas solo ansía una.

Y en este estado de clausura de palabras
donde solo consigo amontonar letras
nace la necesidad frustrada de sentirme desnuda a su lado,
de tocar su piel y perderme en la demencia, en la sinrazón,
enredarlo en mi maraña inestable y aferrarme a él
que es el único vértigo que me asusta,
y nuestros miedos pelean mientras nosotros huimos
en direcciones contrarias para volver a encontrarnos
siempre en el mismo punto.