martes, 18 de noviembre de 2008

18-N (conclusiones)


Es tan fácil auto compadecerse, echar el brazo hacia atrás y darse una palmadita en la espalda después sacar un pañuelo desgastado del bolsillo y secarse las lagrimillas que caen por la comisura de la boca. Lo verdaderamente difícil es tener cojones de mirarse al espejo cuando no se lleva disfraz, mirarse a los ojos e intentar descifrar lo que se oculta tras ellos, sin un bolígrafo de por medio, sin un papel en el que escribir los versos que nos sobran tiznados de esos sentimientos que nos hacen vomitar palabras sangrantes. ¿Qué es un poeta sin su verborrea? De todo menos poeta, de todo menos persona. Un poeta sin versos es una piltrafa humana, viene a ser algo así como un heroinómano con el mono, deseando encontrar dónde descargar su ira, un papel con el que chutarse una dosis de autocompasión, pobre poeta…
Sentarse en un banco y ver la gente pasar, pensando que a lo mejor ellos tampoco son tan felices como parece, regodearse en el mal de muchos esperando no ser un tonto más que se consuela con semejantes pensamientos; pero se encuentra consuelo, porque sin darnos cuenta el peso de las espaldas es menos peso, es como si el hombre del bigote que pasó hace a penas un minuto por nuestro lado se hubiese llevado enganchada en su tristeza un poco de la nuestra y así, persona tras persona, anónimo tras anónimo vamos vaciando sobre ellos nuestro saco de penurias.
¡Qué bonito es vivir! La incógnita de no saber qué será de nosotros mañana, de no saber el cómo ni el por qué de muchas cosas. Cuando era pequeña y preguntaba muchas cuestiones a mis padres me decían que cuando fuese mayor las entendería y ahora hay muchas de esas preguntas que quedaron sin respuesta que a demás se suman a muchas otras las cuales tampoco sé responder, tal vez, mis padres no me resolvieron esas cuestiones porque tampoco sabían la respuesta. No seré madre hasta que no sepa qué he de contestar y quizá cuando encuentre la contestación me de cuenta de que no debo ser madre.
Mi egoísmo empieza en la misma puerta que el egoísmo de los demás, esa es una de las cuestiones que he conseguido descifrar por mi misma con el paso del tiempo. Cuando a uno lo llaman egoísta es porque ha entrado en el terreno egocéntrico de otra persona, porque sus actos están irrumpiendo en los actos de otros o incluso esta incordiando a la comodidad de esa persona, sino ¿a quién coño le iba a importar que yo necesite vacaciones? Y quien dice vacaciones dice vivir… ¿eso es ser egoísta?
Podemos pasar la vida con las punteras de los zapatos debajo de los zapatos de otra persona y no darnos cuenta de que solo vamos siguiendo sus pasos mientras miramos al suelo por temor a no pisarle los talones y hacerle tropezar, pues si tropezase… ¿a dónde nos dirigiríamos? Qué cómodo es el dolor de pies, al menos no da miedo.
Y ya estoy de nuevo aquí, dándome palmaditas en la espalda, la autocompasión es peor que el cáncer…menos mal que ya pedí cita con el psiquiatra

viernes, 14 de noviembre de 2008

Inestabilidad temporal


Otra vez con la despedida entre los dedos,
no sé cuan fuerte he de sacudir la mano
para que se caigan los suspiros
o para que el miedo se asuste de mi
dejando de hacerme temblar,
y es que mucho tiempo es demasiado tiempo.

Nuestros años verdes se fueron midiendo en sonrisas,
las ilusiones corrían por las venas
oxigenando nuestras bocas,
ahora todo es de un violeta que asfixia,
todo es cristal
y no sé por dónde pisar para que no nos duela.

Los silencios se amontonan tras los secretos,
(que ninguno sepa dónde está la grieta),
los dos estamos quebrados esta vez
aunque te empeñes en poner tiras de celo en mi pecho
cada vez que me rompo,
y yo recoja tus cachitos
y continúe haciendo un puzzle de lo que fuiste
esperando recomponer de nuevo a aquel chico
del que solo recuerdo que escondía la luna en su boca
y me la mostraba al sonreír.

Cambiar es un lujo que nos ha salido caro,
tanto como una vida, o dos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Con una calculadora entre las piernas (abril - 2008)



Podría llorar
no me faltan motivos
pero todo es cuestión de aprender,
lo que antes eran pedradas
agudizaron mi ingenio y los reflejos,
ahora soy ave nocturna
poseo la sutileza de las zorras que no son de esquina
sino de bosque al atardecer.

Es fácil venderse a una mente perturbada
y salir ganando con el cambio,
cuando has visto durante tiempo la misma mierda
sabes con qué cuchara debes comerla
para que no sepa a mierda,
al final todo se transforma en un ejercicio,
negociar y desnudarse
desnudarse y posar
posar y follar
follar y ducharse
ducharse y largarse
largarse y sonreír,
siempre es el mismo ejercicio.

La dignidad perdida no se recupera,
viene a ser algo así
como una mancha de lejía sobre la camisa de los domingos,
la miras
y te irrita
y sientes rabia
y te desnudas frente al espejo
viendo los senos al aire
y te ves como una esposa el día del treinta aniversario
que viene a ser peor que ser puta
porque a las putas no se les miente
diciéndoles que se les ama
ni se les hacen promesas apostando anulares
que se estrangularan con el tiempo
cuando el anillo oprima
y el coño sea solo una falacia.

Pero no voy a llorar,
no,
porque entre mis piernas
poseo la perfecta moneda de cambio
la llave que suelta mis cadenas
y mientras me quede cerebro
seguiré manteniendo la cabeza erguida.

Una estación llamada Enero


Cada vez la estación está más cerca
y ahora ya no importa que no hayan trenes
porque la huida sabe a libertad y a victoria,
solo queda el miedo
que se debate entre la gente por encontrar
un lugar perpetuo en mi maleta,
recolecta voces ajenas y me las trae
en forma de conciencia
susurrándome al corazón las palabras que duelen,
es entonces cuando la cobardía acaece tras mis pasos
y me amarra los talones,
me pide que me quede solo una vez más
una vez que dure un “parasiempre”,
pero ya sé que el “parasiempre” solo dura hasta la muerte
y yo morí hace unos mil años
cuando tu boca dejó de saber guardar mis besos
cuando a nuestros ojos se les fue secando el brillo
y dejó lugar a los espejismos,
cuando los secretos se convirtieron en desazón.

Partir sin hacer ruido
dejando desmoronarse una ilusión tras las espaldas,
el desplome de una vida
sin estruendos, sin estrépitos,
como la lágrima que cae en mitad de una película
mientras todavía se tiene la luz apagada,
como ver una hoja danzar al son del viento
refugiado tras el cristal.

Esta vez la estación se llama Enero.