jueves, 6 de noviembre de 2008

Una estación llamada Enero


Cada vez la estación está más cerca
y ahora ya no importa que no hayan trenes
porque la huida sabe a libertad y a victoria,
solo queda el miedo
que se debate entre la gente por encontrar
un lugar perpetuo en mi maleta,
recolecta voces ajenas y me las trae
en forma de conciencia
susurrándome al corazón las palabras que duelen,
es entonces cuando la cobardía acaece tras mis pasos
y me amarra los talones,
me pide que me quede solo una vez más
una vez que dure un “parasiempre”,
pero ya sé que el “parasiempre” solo dura hasta la muerte
y yo morí hace unos mil años
cuando tu boca dejó de saber guardar mis besos
cuando a nuestros ojos se les fue secando el brillo
y dejó lugar a los espejismos,
cuando los secretos se convirtieron en desazón.

Partir sin hacer ruido
dejando desmoronarse una ilusión tras las espaldas,
el desplome de una vida
sin estruendos, sin estrépitos,
como la lágrima que cae en mitad de una película
mientras todavía se tiene la luz apagada,
como ver una hoja danzar al son del viento
refugiado tras el cristal.

Esta vez la estación se llama Enero.

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